LOS ÁRBOLES EN EL LENGUAJE SIMBÓLICO FUNERARIO. Fundamentación.
Fotos personales: 1. Tomada el 24 de enero de 2022. 2. Ramón Santamarina vitral tomada el 30 de enero 2023. 3. José de Carabassa, tomada el 22 de febrero de 2020
Desde la más remota antigüedad diversos árboles han sido relacionados con ritos funerarios y su simbología. Muchos de esos significados nacen de la simple observación. Su raíces y sus ramas llevaron a pensar en un elemento que une lo terrenal con lo celestial. Por su forma vertical y por sus dimensiones se relaciona mochos árboles considerados sagrados como el eje del mundo o como el centro mismo del universo. Sus ciclos naturales se les asoció muy temprano con el proceso de vivir, morir y resucitar. En el cristianismo los árboles han sido protagonistas de relatos diversos, desde el árbol del conocimiento del Jardín del Eden hasta su contrapartida, la cruz como el árbol de la redención y liberación. Un árbol simboliza la tentación y el pecado y el otro, la cruz, simboliza justamente el fin de esa esclavitud. La generaciones que concluyen en el nacimiento de Cristo se los ha denomina el "árbol de Jesé " y hay múltiples representaciones considerando a toda la genealogía como ramas de ese árbol. A la virgen María se la ha considerado también como el árbol de la vida por el fruto de su vientre Jesús. Cada uno de estos pensamientos los podemos aplicar al patrimonio funerario de este cementerio, tanto a los árboles que vemos en sus caminos, como las cruces en forma de troncos, los vitrales que reproducen pinos, palmeras y otros árboles.
Como tiene sus raíces en la tierra pero eleva sus ramas hacia el cielo es, al igual que el mismo ser humano, una imagen del «ser de dos mundos» y de la creación mediadora entre arriba y abajo. No solamente fueron venerados en muchas culturas antiguas determinados árboles o todo un bosque o arboleda como morada de seres sobrenaturales (dioses, espíritus elementales), sino que se consideró al árbol muchas veces como eje del mundo, alrededor del cual se agrupa el cosmos, como, por ejemplo, el árbol cósmico Yggdrasil entre los germanos septentrionales o el sagrado árbol Ceiba o Yaxché de los mayas yacatecos, que crece en el centro del mundo y sostiene los estratos del cielo, y en cada una de las cuatro regiones del mundo hay un árbol de color de esta clase que sirve como pilastra angular del firmamento. Conocido es el papel de árboles tabuizados en el paraíso bíblico; para el budista, el árbol pipal (Ficus religiosa), bajo el cual alcanzó la iluminación Gautama Buda, es símbolo del sicomoro, del cual la diosa Hathor extrae reconfortante bebida y alimento para los muertos o para el ave de su alma (ba).
Como árbol de la vida fue venerado el dios sumerio de la vegetación Damuzi (Tamuz). La China antigua veneraba el melocotonero y la morera, los druidas célticos la encina, que también fue atribuida como árbol sagrado al germánico dios del trueno y (entre los griegos) al rey de los dioses, Zeus. Arboles sagrados de esta índole -en partes reales, en parte idealizados y elevados a la categoría de símbolo cósmico- se encuentran en casi todos los pueblos antiguos.
En la iconografía cristiana el árbol es símbolo de la vida querida por Dios y su paso a través del ciclo anual hace referencia a vida, muerte y resurrección; en cambio, el árbol estéril o muerto hace referencia al pecador. De la madera del paradisíaco «árbol del conocimiento> habrá de construirse posteriormente la cruz de Cristo, que en adelante se convirtió para el creyente en el árbol de la vida. Muchas veces se representaba la cruz con ramas y hojas o se la comparaba con el árbol genealógico de la «raíz de Jesé».
El simbolismo del árbol y su veneración conservan finalmente un resto de la antigua religión de la naturaleza en la que los árboles no solamente son proveedores de leña y madera sino entidades dotadas de vida y habitadas por ninfas semejantes a elfos, y el hombre tenía con tales entidades una relación de sentimiento. Arboles con imágenes de santos en su tronco («Waldandachten», devociones arbóreas, en Austria) hacen referencia a esto, y también el árbol de Navidad que en mitad del invierno se halla hoy difundido en casi el mundo entero como símbolo consolador del reverdecer y del renacer.
Fue a María a quien se consideró, sobre todo, «árbol de la vida»>, bendecido por el Espíritu Santo, que dio al mundo como fruto el Redentor. Antiguos santuarios de aldeas y lugares de peregrinación parecen transmitir a la Edad Моderna la tradición de antiguos «árboles sagrados», revestida con el simbolismo mariano: Maria-Dreieichen (María Tresencinas), Maria-Grün (María Verde), Maria-Linden (María Tilo), etc.; el obispo Ezzo de Bamberg celebró la cruz como árbol dispensador de bendiciones: muertos que en señal de concesión de la gracia divina empezaron a reverdecer.
La «cruz-árbol» con inicio de ramas de la escultura medieval guarda relación con este simbolismo de la resurrección que presenta el árbol con la caída de sus hojas y el reposo invernal antes de que vuelva a retoñar. Una leyenda judía refiere que el patriarca Abraham adondequiera que llegase plantaba árboles que, sin embargo, no querían medrar bien; solamente uno que plantó en Canaán creció rápidamente. Mediante él podía Abraham reconocer si alguien creía o no en el Dios verdadero o si era un servidor de los ídolos. Sobre el creyente en la fe verdadera extendía el árbol sus ramas y le protegía con su sombra, pero no hacía lo mismo con el idólatra. En este caso, se apartaba, le rehusaba la sombra y levantaba sus ramas hacia arriba. Pero Abraham no se apartaba de ese idólatra, sino que procuraba que abrazase la verdadera fe. «Por haber comido Adán del árbol del conocimiento, trajo la muerte al mundo. Sin embargo, cuando vino Abraham, devolvía al mundo la salud por medio de otro árbol.»
La leyenda del árbol salutífero tal vez deba remontarse al simbolismo cristiano del árbol de la cruz, que fue extrapolado al mundo del Antiguo Testamento. El texto del «Physiologus» paleocristiano habla del árbol índico «peridexion» cuyos frutos comen gustosas las palomas, mientras que la serpiente no puede aproximarse a él y rehúye su sombra. Es una referencia al Redentor, al «verdadero árbol de la vida», de cuyos frutos viven los fieles, mientras que no puede acercarse a él el diablo. En el «Bestiarium» medieval este árbol se llama «perindens»; protege contra el dragón a las palomas que viven a su sombra.
BIDERMAN, Hans. “Diccionario de Símbolos”. Ediciones Paidós Ibérica. Barcelona. 1992.